En Argentina ya casi no quedan tradiciones, ya sea por las medidas que se tomaron contra los nativos de estas tierras o por las olas de inmigración que se dieron más tarde. Ya no nos acordamos de lo realmente nuestro, de nuestra música, vestimenta, literatura y hasta gastronomía. Aparte del mate y las tortas fritas en los días de lluvia, esperamos al Día de la Independencia o al 25 de mayo para comer nuestros platos típicos. ¿Por qué no salvar lo poco que nos queda de argentinidad mediante la comida? No pretendo que lo hagamos todos los días, pero sí más seguido, para que estos platos sigan pasando de generación en generación y no se pierdan en el tiempo, como pasó con las creencias y los lenguajes.
Si pensamos en una entrada típica argentina, la primera imagen que nos viene a la cabeza es la de unas buenas empanadas. Las podemos hacer fritas en grasa o al horno, con masa de hojaldre o criolla. Y hay tantas recetas de rellenos como argentinos en el mundo: de verdura, cebolla y queso, choclo (o “humita”), jamón y queso, pollo, pescado, carne (cortada a cuchillo o picada, dulce o salada), mondongo, tomate y queso… Son fáciles de armar, y si el trabajo es en equipo, mucho mejor. Hasta se puede incorporar a los más chiquitos para que realicen el “repulgue”, que es la manera de cerrar las empanadas.
Los platos principales son suculentos, llenos de sabor y especiales para las noches de invierno. Uno de los más típicos es el “locro” una sopa espesa hecha con verduras y carne: batata, zapallo, porotos, manitos y cueros de chancho, chorizo, rabo de vaca, y cualquier otro corte que necesite cocciones largas. Otra comida muy argentina es la “carbonada” (o “carbonara”), un guisado también con verduras y carne, pero esta vez cortadas en dados, hechas en puré de tomates y con una cocción más corta.
Si vamos al noroeste del país, lo que primero nos ofrecen para comer es “humita”, una pasta hecha a base de choclo rallado, con cebolla rehogada, y se la presenta “al plato” o “en chala”, con la que se hace un paquete y adentro se coloca la humita. Uno de mis platos tradicionales preferidos es la “buseca” (o guiso de mondongo), consta en hervir por lo menos dos o tres horas el mondongo (“guatitas”, “callos” o “panza”), cortarlo en cuadrados y agregarlo a una salsa hecha con tomates frescos, pimientos colorado y verde, cebolla, zanahorias y papas.
Para la hora de la merienda, los más buscados son los “pastelitos”, hechos de masa de hojaldre, fritos en grasa y cubiertos de almíbar, los hay rellenos de dulce de membrillo, de batata o de leche. Otra opción que siempre hacen las abuelas son los “buñuelitos”, hechos con una mezcla de azúcar, huevos, leche y harina, fritos de a cucharadas en aceite y cubiertos con azúcar al sacarlos. Las ya nombradas “tortas fritas” son típicas de tardes lluviosas, se amasa harina, grasa y salmuera, se hacen bollos, se estira cada uno de ellos y se les hacen dos cortes diagonales con un cuchillo afilado.
Como se puede ver, son comidas económicas que no requieren mucha técnica ni esfuerzo, solo ganas de que lo realmente nuestro se mantenga a lo largo de la historia. Ayudemos a que esto suceda y que nuestros hijos conozcan nuestras raíces por lo menos en la gastronomía. ¡A animarse, che!